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BLOG: EL TIEMPO EN MI PIEL. MORIR O VIVIR UN DÍA A LA VEZ.

Actualizado: 14 may

A veces creemos que podemos ganarle un poco de tiempo a la vida, estirando las horas, apurando los días, exprimiendo cada instante como si así pudiéramos engañar al reloj. Pero al final, debemos aceptar que la arena sigue cayendo en nuestro reloj biológico, sin detenerse, sin piedad, sin excepciones. Y todos llegamos a ese momento crucial en el que debemos decidir: ¿morimos un día a la vez o vivimos otro día cada amanecer? Es una pregunta que me hago desde que nació mi pequeña, porque al mismo tiempo sé que cada día es una oportunidad para escribir nuestra historia, y también una hoja menos en el libro que será el recordatorio de lo que vivimos juntos.

Xris Rebollar, fundador de La Vida Fit.
Xris Rebollar, fundador de La Vida Fit.

El 2024 fue un año maravilloso en muchos sentidos, pero también trajo consigo sus sombras. Y así es la vida: un juego de luces y contrastes, un balance entre las victorias y las derrotas. Y dentro de este juego agradezco la oportunidad de volver a encontrarte aquí, de compartir estas líneas que no solo son palabras, sino fragmentos de lo que soy. Porque dentro de ese gran propósito que todos buscamos, hay uno del que siempre he estado seguro: escribir. Y menciono “volver a encontrarte” porque este proyecto permaneció en pausa por casi dos años. Sin embargo, hoy vuelve a la luz. (Ya te contaré más sobre esa etapa en otra entrega de este blog personal).

el 2024 fue un año maravilloso en muchos sentidos, pero también trajo consigo sus sombras.

El tiempo que creí robarle a la vida.

 La paternidad puso en pausa muchas aristas de mi vida. Antes de Omara, me definía como alguien “altamente productivo”. Nunca dejaba momentos vacíos, trabajaba sin descanso y hasta me jactaba de que “me estorbaba dormir”. Sentía que cada minuto sin actividad era un minuto desperdiciado. Porque para eso estamos aquí, ¿cierto? Para exprimir la vida, devorarla sin pausas, sin treguas. O al menos, eso es lo que nos repetimos en nuestras ansiosas juventudes.


Incluso cuando empecé a entrenar con más conciencia, no me permitía descansar lo suficiente. Me enorgullecía y usaba como pretexto para no detenerme no haber tenido excesos en mi juventud: ni vicios, ni trasnochadas constantes, ni alcohol, etc. Y como suele pasar cuando uno es joven, el cuerpo no me pasó factura… hasta ahora. Durante años me sentí más que afortunado, creyendo que le iba ganando tiempo a la vida porque me veía y me sentía más joven de lo que realmente era, más fuerte, poderoso, inalcanzable.

 

El deporte siempre estuvo ahí: el fútbol en mi niñez, el atletismo en mi adolescencia, la danza en mi entrada a la adultez, y finalmente, los maratones y el mundo del running. Y sí, eso me ayudó a retrasar los efectos del paso del tiempo, a mantenerme fuerte, a sentir que la vida no me alcanzaba.

Redescubriendo el gimnasio en 2024 después de un largo parón de actividades atléticas
Redescubriendo el gimnasio en 2024 después de un largo parón de actividades atléticas

Pero el 2024 llegó con cambios profundos, uno de los más importantes el replantear cómo usaría el tiempo ya que durante los últimos dos años abandoné casi por completo los entrenamientos y el estilo de vida que pretendía no solo llevar, sino fomentar, incluso inspirar. Me obligó a establecer una nueva relación con mi cuerpo, a replantear mis prioridades, a aceptar que lo que alguna vez fue, quizá ya no vuelva a ser. Los hombres grises han llamado recientemente varias veces a mi puerta —guardianes del tiempo en Momo, uno de mis libros favoritos— y han venido a cobrar los días que le arrebaté a la vida. Y mira que me entregaron la cuenta completa sin pedirla. Debo confesarlo: no estaba preparado para pagar todo el tiempo que había consumido de una sola vez. Pero tampoco lo dramatizo como si fuera lo peor que haya vivido en mis 38 años, solo reflexiono sobre esta idea juvenil de que nuestro cuerpo irradia energía interminable y que, irrenunciablemente, sin darnos cuenta con el paso de los años vemos esa misma energía transformarse en una luz más bajita que ya no alumbra con la misma intensidad.

 

Cuando la vida te pasa la cuenta.

Este fin de año que pasó, con una pausa laboral que ya me hacía falta, un día me encontré frente a un espejo distinto. No el de todos los días, sino uno en el que me vi con una claridad nueva, una realidad un tanto descarnada. Me detuve a observar cuidadosamente mi rostro y sentí una mezcla de emociones: curiosidad, nostalgia, melancolía, gratitud, alegría. Ahí estaba yo, pero no era el mismo.

 

Porque en ese reflejo también vi los cambios recientes con mucho más detalle: las nuevas dolencias, los malestares desconocidos, las noches de insomnio, los ojos cansados, las arrugas incipientes, la piel con historias nuevas, las presiones de todos los días, los minutos de agotamiento paternal expresados en canas inquietas de mi barba... Pero realmente no me preocupó absolutamente nada de esto, al contrario, me encontré sonriendo ligeramente recordando a las dos personas que estaban al lado recostadas antes de iniciar una nueva jornada y en mayor medida responsables de estos cambios en mi piel.

me encontré sonriendo ligeramente recordando a las dos personas que estaban al lado recostadas antes de iniciar una nueva jornada y en mayor medida responsables de estos cambios en mi piel. 

También recordé a mi maestra de danza, Diana Ramírez, quien durante años fue la viva representación de la juventud perpetua, bailando con la misma energía sin importar la edad que marcara su acta de nacimiento. Hasta que su primer nieto llegó y, en cuestión de meses, la vida le cobró lo que le había prestado. Cuando la vi después de un tiempo fuera de esos menesteres, me quedé congelado: su rostro contaba nuevas historias, su piel revelaba el paso del tiempo que antes parecía ignorar. Y ahí entendí algo: nadie escapa. Nadie gana. Solo postergamos la cuenta.

 

Y aunque no estoy en mis sesentas como ella, sí me siento mucho más cercano a mi edad real. Siempre consideré la edad de 35 como el parte aguas de todo, y tanto así lo decreté que realmente todo empezó a cambiar justo pasando esa edad, antes siempre me presumí mucho más jovial de lo que realmente era, pero ahora la carrera se emparejó. Hoy veo en mis ojos nuevas historias, emociones más profundas, cicatrices de risas, de estrés, de amor. La vida se ha impreso en mi piel como el mejor de mis tatuajes.

Mi maestra de Danza en una de las últimas funciones que comparti con el grupo.
Mi maestra de Danza en una de las últimas funciones que comparti con el grupo.

Las líneas en mi cara no son solo arrugas, son recuerdos de las carcajadas que me provoca Omara con sus chistes y ocurrencias, de los desvelos acariciando su cabeza mientras duerme, de los miedos y las alegrías de ser padre, de la sonrisa oculta cuando volteo a ver a Estela y reímos sigilosamente de algo que nuestra pequeña hizo o dijo. Mis músculos duelen más, pero es porque han aprendido también a cargar un tesoro cada vez más arriba, tan alto como mis fuerzas me lo permitan.

 

Aprender a perder para ganar.

 Sé que el ejercicio es una de las claves para ralentizar el envejecimiento, pero también sé que hay una batalla que no se puede ganar. Y ahora lo entiendo: recibir con amor y sabiduría el paso del tiempo es igual de importante que mantenerse activo. No se trata solo de correr más rápido o levantar más peso; se trata de saber cuándo frenar, de escuchar al cuerpo, de entender que la pausa también es parte del camino y que a veces abandonaremos unos objetivos persiguiendo y alcanzando otros sin mayor problema.

 

Antes, mi vida fit se basaba en dedicar horas y horas a fortalecer mi cuerpo, creyendo que cada repetición me hacía más resistente. Pero ahora sé que la verdadera fortaleza radica en saber detenerse, en aprender a escuchar el silencio entre cada latido, en encontrar paz en la calma y alargar lo más posible cada instante de felicidad en compañía de las mías sabiendo que mi cuerpo es sano, fuerte y con la energía para seguir el paso de cada andar. Y ojo, no es mi recomendación "parar y dejar la vida fit a un lado", solo aprender a compensar todas las columnas que sostienen nuestra vida y saber que aunque a veces alguna de ellas se lastime, las otras nos sostendrán mientras retomamos el ritmo. Al final, otra vez vuelvo a Momo, estoy aprendiendo como ella que “cuanto más lento, más aprisa”.

 Otra vez vuelvo a Momo, porque estoy aprendiendo, como ella, que “cuanto más lento, más aprisa”.

Las marcas del tiempo son medallas de la vida.

La paternidad me ha enseñado muchas cosas, pero quizás la más importante es que los años en mi rostro no me preocupan, me enorgullecen. Porque lejos de ser un recordatorio de lo que he perdido, son la prueba irrefutable de todo lo que he ganado. Volviendo a la idea original de este blog, ya tomé mi decisión: no muero un día a la vez. Prefiero vivir y llenar mi piel con las historias que se generan cada jornada, en cada amanecer. Y sí, La Vida Fit para mí tiene todo que ver con esto. Porque al final, algo que he entendido en esta nueva etapa de mi vida, es que hacer ejercicio más que darme herramientas para tener energía, salud y sentirme poderoso, hoy me permiten caminar y caminar con mi niña mientras nos perdemos en senderos que se llenan con una plática interminable, desvelar de vez en cuando con mi pareja viendo una serie mientras comparto una taza de té de limón calientito con ella y su espejo de chocolate sin sufrir tantos estragos al siguiente día, y tener la mente abierta para recibir con amor las experiencias que encontraré en el camino cada vez que abro los ojos al amanecer.

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Nos encontramos por aquí en la siguiente entrega, gracias por acompañarme en este camino y espero, junto a ti, retomar este gran proyecto que tantas satisfacciones me ha dejado. Salud por nuestros caídos.


Un poco sobre Xris

Papá, diseñador gráfico, corredor de largas distancias desde 2017 con 9 maratones de experiencia, emprendedor, amante del chisme, café con pan, y apasionado de los deportes. Soy el encargado de llevar La Vida Fit entre muchos proyectos más y vivo desaprendiendo casi todo de mí.

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